Al Director. De los hijos de Coré. Salmo.
Señor, has sido bueno con tu tierra, has restaurado la suerte de Jacob, has perdonado la culpa de tu pueblo, has sepultado todos sus pecados. Has reprimido tu cólera, has frenado el incendio de tu ira.
Restáuranos, Dios Salvador nuestro; cesa en tu rencor contra nosotros. ¿Vas a estar siempre enojado, o a prolongar tu ira de edad en edad? ¿No vas a devolvernos la vida, para que tu pueblo se alegre contigo? Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Voy a escuchar lo que dice el Señor; “Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos”. La salvación está cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra.
La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo.
El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.
. . .
Las palabras justicia y misericordia, junto con salvación y
fidelidad, son cuatro conceptos que se repiten, una y otra vez, en los salmos.
Podríamos decir que son valores fundamentales del pueblo judío. Pero podemos
hacerlos extensivos a toda la humanidad.
Para el hombre autosuficiente que entiende la libertad como
independencia y autonomía total, de lo divino y lo humano, quizás estas
palabras resulten incómodas y le chirríen. Misericordia
suena a compasión. ¿De qué tiene Dios que compadecernos? ¿No es una forma de
hacer que nos sintamos inferiores y desvalidos para, subliminalmente,
dominarnos? La justicia es una
palabra talismán, pero su significado varía según las épocas y contextos, y uno
se pregunta si no estará en boca de todos porque precisamente es algo que
falta, y mucho, en el mundo. Salvación:
otro concepto del que queremos desprendernos. El hombre ya puede salvarse a sí
mismo, ¿por qué necesita ser salvado por Dios, o por alguien que venga en su
nombre? Y salvado, ¿de qué? En cuanto a la fidelidad
¡qué mal se entiende! Si hasta parece que hoy lo que se valora y se aplaude es
justamente lo contrario. Aunque, en el fondo de nuestro corazón, todos ansiamos
que nuestros amigos y seres queridos nos sean fieles. Quizás no lo sabemos,
pero tenemos verdadera hambre de ser fieles nosotros también.
Es importante que entendamos en profundidad estos cuatro
conceptos para evitar caer en malinterpretaciones desconfiadas o en
distorsiones de la fe.
Los salmos, como tantos otros escritos sagrados, se pueden
entender si se leen en su contexto, conociendo y penetrando en la intención del
que escribía. La clave para interpretarlos es simple y grande: el amor de Dios.
Dios nos ama. Dios es cercano y se enternece mirándonos: esta es la misericordia, bondad y afecto entrañable de
madre. Fidelidad es una cualidad
inseparable del amor: el auténtico amor es para siempre, no falla. Cuando la
misericordia y la fidelidad se encuentran, dice el salmo, brotan la paz y la justicia. ¡Y no al revés! Qué lección para tantas personas e
instituciones que nos inquietamos por la paz en el mundo y la justicia social.
Pensamos que una vez se instauren unas estructuras sociales justas y se legisle
la paz, entonces la gente podrá crecer, amar y desarrollarse. Y es justamente
lo contrario: sin amor, sin misericordia, sin una pasión profunda y firme por
el ser humano, ni la paz ni la justicia, ni una economía solidaria, ni unos
gobiernos responsables, nada de esto será posible. El amor siempre es lo
primero.
Salvación es una
palabra muy rica que no quiere decir mero rescate. Salvación, en hebreo Shalom, abarca muchas ideas: paz,
alegría, salud, prosperidad. Un mundo salvado será, entonces, aquel donde las
gentes vivan pacíficamente, prosperen, dispongan de todos los recursos que
necesitan para tener una vida digna y abundante, donde haya alegría y creatividad,
donde las personas se amen y se busque el bien de los demás. ¿Utópico? Tal vez,
pero también posible. Allí donde la gente se ama, esta utopía ya es una realidad.
Miles de pequeños cielos se esparcen por el mundo, quizás de forma muy
discreta, escondidos, poco conocidos… Pero ahí están. Donde se deja que Dios
reine, donde el hombre es “amigo de Dios”, allí hay paz y alegría. Allí la
humanidad está salvada.
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