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Salmo 87 (86)

De los hijos de Coré. Salmo.

Él la ha cimentado sobre el monte santo; y el Señor prefiere las puertas de Sión a todas las moradas de Jacob. 

¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios! «Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles; filisteos, tirios y etíopes han nacido allí».

Se dirá de Sión: «Uno por uno, todos han nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado». 

El Señor escribirá en el registro de los pueblos: «Este ha nacido allí».

Y cantarán mientras danzan: «Todas mis fuentes están en ti».

. . .

Este salmo breve, de entrada, resulta un poco misterioso. Pero su primer y último verso nos da claves. El salmo es una visión profética de la futura Sion, la morada de Dios, como lugar de acogida no sólo para los hijos de Israel, sino para todos los pueblos de la tierra.

Por eso dice: Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles; filisteos, tirios y etíopes han nacido allí. Es revolucionario: los enemigos endémicos de Israel se convertirán en adoradores de Dios, vendrán a rendirle culto y no solo eso, sino que se dice: han nacido allí. Uno por uno, todos han nacido en ella.

¿Qué significan estas palabras? No se trata de un nacimiento físico, sino de un nacimiento espiritual. El que se convierte a la fe en Dios nace de nuevo y su patria es la gran familia de creyentes. En el reino de Dios no hay extranjeros ni enemigos, todos son hermanos

Con una imagen muy plástica, el salmo pinta a Dios como un escriba que registra en su libro a los que han nacido en la tierra. En la tierra de Dios, todos son hijos. Sion, la morada del Altísimo, es la madre de todos.

Hoy, los cristianos podríamos decir algo similar. La pertenencia a la familia de creyentes borra fronteras, nacionalidades y viejas rencillas. Tenemos una nueva patria común, nuestras raíces están en la misma tierra. También nuestra vida espiritual, simbolizada por el agua, beberá del mismo manantial: Todas mis fuentes están en ti.

Ser conscientes de esta hermandad existencial debería cambiar muchas de nuestras ideas y prejuicios. Por encima de nacionalidades y cultura de origen, el mero hecho de existir, de ser criaturas amadas por Dios, debería ser lo bastante importante como para ver al otro, por muy diferente que sea, como un hermano.

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