Poema del ezrahita Etan.
Cantaré eternamente las
misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad».
Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David mi siervo: «Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades.»
Él me invocará: «Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora.»
Le mantendré eternamente mi favor, y mi alianza con él será estable.
. . .
En este salmo, que el poeta quiso dedicar a
El salmista escribe en un contexto histórico de apogeo del
pueblo judío: su monarquía se consolida, David levanta su capital, Jerusalén, y
quiere erigir un templo al Señor. La fórmula de la alianza o el pacto es un
recurso utilizado por los autores bíblicos para expresar esa fidelidad de Dios
hacia su pueblo. Aquí, se centra en David y su linaje.
Y se trata de un pacto muy peculiar, pues el único que se
compromete es Dios. Promete incondicionalmente su protección, su misericordia y
su favor, para siempre.
A la luz de la venida de Cristo, la lectura del salmo va
mucho más allá de un pacto político entre Dios y una dinastía real. La casa de
David, su descendencia, culmina en Jesús. El pacto de Dios
se extiende no solo al pueblo judío, sino a toda la humanidad. Todos somos los elegidos de Dios.
Frente a muchos escépticos, que cuestionan la existencia
de Dios argumentando que parece haber abandonado el mundo, los salmos ven la
mano amorosa del creador presente en la historia. Si nosotros aprendemos a
vislumbrar esa fidelidad de Dios en nuestra historia personal, en cada
acontecimiento de nuestra vida, veremos cómo todo adquiere un sentido. Y
descubriremos que Dios ha estado a nuestro lado siempre, en el dolor y en las
alegrías, en las dificultades y en la prosperidad.
Por otra parte, al igual que sucede con
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