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Salmo 89 (88)

Poema del ezrahita Etan.

Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades.

Porque dije: «tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad».

Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David mi siervo: «Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades.»

Él me invocará: «Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora.»

Le mantendré eternamente mi favor, y mi alianza con él será estable.

. . .

En este salmo, que el poeta quiso dedicar a la Casa de David, podemos destacar dos aspectos que también aplican a los cristianos de hoy: la fidelidad de Dios y la alianza con él.

El salmista escribe en un contexto histórico de apogeo del pueblo judío: su monarquía se consolida, David levanta su capital, Jerusalén, y quiere erigir un templo al Señor. La fórmula de la alianza o el pacto es un recurso utilizado por los autores bíblicos para expresar esa fidelidad de Dios hacia su pueblo. Aquí, se centra en David y su linaje.

Y se trata de un pacto muy peculiar, pues el único que se compromete es Dios. Promete incondicionalmente su protección, su misericordia y su favor, para siempre. 

A la luz de la venida de Cristo, la lectura del salmo va mucho más allá de un pacto político entre Dios y una dinastía real. La casa de David, su descendencia, culmina en Jesús. El pacto de Dios se extiende no solo al pueblo judío, sino a toda la humanidad. Todos somos los elegidos de Dios.

Frente a muchos escépticos, que cuestionan la existencia de Dios argumentando que parece haber abandonado el mundo, los salmos ven la mano amorosa del creador presente en la historia. Si nosotros aprendemos a vislumbrar esa fidelidad de Dios en nuestra historia personal, en cada acontecimiento de nuestra vida, veremos cómo todo adquiere un sentido. Y descubriremos que Dios ha estado a nuestro lado siempre, en el dolor y en las alegrías, en las dificultades y en la prosperidad.

Por otra parte, al igual que sucede con la Casa de David, el pacto de Dios es muy desigual, muy desproporcionado. Porque Dios se compromete a amarnos, a cuidarnos y a sernos fiel, independientemente de lo que hagamos nosotros, ¡así respeta nuestra libertad! No nos pide nada a cambio. Tan solo nos hace falta abrirnos a su amor. Así es Dios, desmesurado y magnificente en su generosidad. ¿Cómo no cantar eternamente sus misericordias?

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