Cántico. Salmo de David.
2Mi corazón
está firme, Dios mío, mi corazón está firme,
para ti cantaré y tocaré, gloria mía. 3Despertad, cítara
y arpa, despertaré a la aurora.
4Te daré
gracias ante los pueblos, Señor, tocaré para ti ante las naciones: 5por
tu bondad, que es más grande que los cielos; por tu fidelidad, que alcanza a
las nubes.
6Elévate sobre
el cielo, Dios mío, y llene la tierra tu gloria; 7para que se
salven tus predilectos, que tu mano salvadora nos responda.
8Dios habló en
su santuario: «Triunfante, ocuparé Siquem, parcelaré el valle de Sucot; 9mío
es Galaad, mío Manasés, Efraín es yelmo de mi cabeza, Judá es mi cetro; 10Moab,
una jofaina para lavarme; sobre Edom echo mi sandalia, sobre Filistea canto
victoria». 1
1Pero ¿quién me
guiará a la plaza fuerte, | quién me conducirá a Edom, 12si tú,
oh Dios, nos has rechazado | y no sales ya con nuestras tropas?
13Auxílianos
contra el enemigo, que la ayuda del hombre es inútil. 14Con
Dios haremos proezas, él pisoteará a nuestros enemigos.
. . .
Este es un salmo real de David: canta al Dios que lo protege
y le da la victoria ante sus enemigos. Canta al Dios que es más grande que las
grandezas del mundo; al que otorga su gracia a sus predilectos. Y canta al Dios
que vence: entre los versos 8 y 10 se enumeran varios pueblos: algunos forman
parte del reino de David: Siquem, Galaad, Manasés, Efraím y Judá. Otros son
enemigos: Moab, Edom, Filistea. Las expresiones son bien ilustrativas: estos
enemigos son sometidos como un criado que lleva la palangana para lavar a su
señor; pisoteados bajo la sandalia del vencedor; derrotados.
David acaba invocando la ayuda de Dios ante una derrota que
ha sufrido. Reconoce su debilidad y la de sus tropas, y pide el auxilio divino.
¿Cómo leer este salmo más allá de su sentido literal, bélico
y despiadado con el enemigo?
Nosotros somos David. El reino es nuestra vida con todos sus
ámbitos: personal, familiar, social; y en todas sus dimensiones, salud, economía,
afectos. ¿Se parece nuestra vida a una guerra? ¿Vivimos en una lucha constante?
Nuestra felicidad puede verse atacada de mil maneras por «enemigos» que nos
roban la energía, el dinero, el alma. Provocan conflicto con nuestros seres
queridos, nos agitan emocionalmente, nos enfrentan a nosotros mismos.
¿Conocemos a estos enemigos? ¿Sabemos qué nos quita la paz, la salud, la
alegría y la capacidad de convivir con los demás? ¿Qué nos está atacando? ¿Podemos
salir victoriosos de este combate?
Contra los enemigos que atacan el alma es necesaria una
ayuda divina. A veces nuestras solas fuerzas y nuestra voluntad no bastan. No
somos dioses, no lo podemos todo, aunque sí podemos más de lo que imaginamos...
Pero contamos con un aliado.
Cantemos, como David, al Dios que nos ha creado, que nos ama
y que es más grande que nuestros problemas, más grande que los males del mundo,
más grande que el mismo mundo.
Y resulta que este Dios, como nos enseñó Jesús, es Padre. Y
nos ama. Somos sus predilectos, sí.
Apoyémonos, confiados, en aquel que nunca falla y nos ama. Y él nos dará la victoria.
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