1Salmo de David. Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies».
2Desde Sión
extenderá el Señor el poder de tu cetro: somete en la batalla a tus enemigos.
3«Eres príncipe
desde el día de tu nacimiento entre esplendores sagrados; yo mismo te engendré,
desde el seno, antes de la aurora».
4El Señor lo ha
jurado y no se arrepiente: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de
Melquisedec».
5El Señor a tu
derecha, el día de su ira, quebrantará a los reyes, 6sentenciará
a las naciones, amontonará cadáveres, abatirá cabezas sobre la ancha tierra.
7En su camino
beberá del torrente; por eso, levantará la cabeza.
. . .
Otro salmo real. David es rey. ¿Qué significaba ser rey en
la antigüedad? Algo distinto a lo que entendemos hoy por rey, un jefe de
estado con ciertos poderes y atribuciones, pero muy limitado por otros
organismos como las cortes, los parlamentos y las instituciones de cada nación.
Rey, en la antigüedad, era un elegido de los dioses. Un
amado de Dios, hijo suyo, y además mediador entre la divinidad y los hombres:
sacerdote. La doble función real, política y religiosa, era propia de todas las
culturas orientales, también en el antiguo Israel.
Cuando se lee este salmo en la liturgia, se suele recalcar
la frase: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Y se
hace una lectura adaptada a la realidad de la Iglesia, desde la perspectiva cristiana
y teniendo a Jesús como modelo de sacerdote, hijo bendecido de Dios.
No se lee, en cambio, lo que viene a continuación: El
Señor a tu derecha, el día de su ira, quebrantará a los reyes, sentenciará a
las naciones, amontonará cadáveres, abatirá cabezas sobre la ancha tierra. Es
decir, que Dios no sólo corona y otorga su favor al rey, sino que derrota a sus
enemigos y los pone a sus pies. Dios es otro rey por encima del rey, rey de
reyes, que se enfurece cuando quiere y destruye a quien quiere. Es una
visión antigua de la deidad que poco tiene que ver con nuestra visión cristiana
de hoy.
Sin embargo, toda la Sagrada Escritura, incluso los párrafos
más violentos e incomprensibles, puede leerse con provecho si se ahonda y se
extrae un sentido espiritual.
Entendamos la realeza como dignidad humana: todos somos reyes, porque somos hijos del gran rey de reyes, amados por él.
Todos nosotros somos sacerdotes, porque tenemos la capacidad de
relacionarnos con Dios y consagrar nuestra vida y nuestras obras a él. La
Iglesia lo dice bien claro: en el bautismo, cada bautizado recibe la dignidad
de sacerdote, profeta y rey. Y ¿quiénes son los enemigos? Los poderes que quieren robarnos la
vida, la libertad y el alma. Todo aquello que nos arrebata la dignidad.
Pensemos con calma y veremos que son muchos... estamos
rodeados por ellos. No son el diablo, pero sirven al mal, y nos dañan. Cuando
somos conscientes de nuestra fragilidad y de tantas cosas que nos pueden hacer
caer, podemos pronunciar las palabras más terribles del salmo, entendidas como un
rechazo rotundo del mal.
Y en nuestro caminar por la vida, si nos apoyamos en Dios, beberemos
del torrente y levantaremos la cabeza.
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