¡Aleluya!
(Álef) Doy gracias al
Señor de todo corazón,
(Bet) en compañía de los
rectos, en la asamblea.
(Guímel)Grandes son las
obras del Señor,
(Dálet) dignas de estudio
para los que las aman.
(He) Esplendor y belleza
son su obra,
(Vau) su justicia dura por
siempre.
(Zain) Ha hecho maravillas
memorables,
(Jet) el Señor es piadoso
y clemente.
(Tet) Él da alimento a los
que lo temen,
(Yod) recordando siempre
su alianza.
(Kaf) Mostró a su pueblo
la fuerza de su obrar,
(Lámed) dándoles la
heredad de los gentiles.
(Mem) Justicia y verdad
son las obras de sus manos,
(Nun) todos sus preceptos
merecen confianza:
(Sámek) son estables para
siempre jamás,
(Ayin) se han de cumplir
con verdad y rectitud.
(Pe) Envió la redención a
su pueblo,
(Sade) ratificó para
siempre su alianza.
(Qof) Su nombre es sagrado
y temible.
(Res) Principio de la
sabiduría es el temor del Señor.
(Sin) Son prudentes
quienes lo veneran.
(Tau) La alabanza del Señor
dura por siempre.
. . .
Nos encontramos ante un salmo acróstico: cada verso empieza
con una letra del alfabeto hebreo. Era un recurso que solía emplearse en la
poesía del antiguo Israel. De esta manera, se asociaba la escritura con la
palabra oral; el signo escrito con el mensaje inspirado.
Es una alabanza a Dios por sus obras, por sus cualidades
perfectas, por su creación. Pero no sólo por eso, sino porque este Dios tan
poderoso y justo se ha complacido en comunicarse con su criatura predilecta, el
ser humano. Y, más concretamente, con su pueblo, con el que ha pactado una
alianza. Para los antiguos era de vital importancia contar con el favor de su
Dios, y una manera de conservarlo era cumpliendo sus preceptos.
La ley en Israel no era una cuestión de consenso humano, sino un decreto de Dios. Por eso era estable para siempre jamás, porque era verdadera, justa, y no admitía cambios ni discusiones.
Hoy vivimos en una sociedad muy compleja, en medio de una maraña de leyes. Necesitamos abogados para defendernos y apenas entendemos los textos legales. Quizás nos iría mejor vivir regidos por pocas leyes, justas y verdaderas, que facilitaran nuestra convivencia y que todos pudiéramos comprender y saber de memoria, porque, en realidad, son leyes inscritas en nuestro corazón. La ley de Dios es así. Y es de sabios conocerla y seguirla. Es como conocer las reglas del juego de la vida: quien las sabe, posee el mapa hacia su felicidad. Quien las aplica, ya está en buen camino.
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