¡Aleluya!
(Álef) Dichoso quien teme
al Señor
(Bet) y ama de corazón sus
mandatos.
(Guímel) Su linaje será
poderoso en la tierra,
(Dálet) la descendencia
del justo será bendita.
(He) En su casa habrá
riquezas y abundancia,
(Vau) su caridad dura por
siempre.
(Zain) En las tinieblas
brilla como una luz
(Jet) el que es justo,
clemente y compasivo.
(Tet) Dichoso el que se
apiada y presta,
(Yod) y administra
rectamente sus asuntos,
(Kaf) porque jamás
vacilará.
(Lámed) El recuerdo del
justo será perpetuo.
(Mem) No temerá las malas
noticias,
(Nun) su corazón está
firme en el Señor.
(Sámek) Su corazón está
seguro, sin temor,
(Ayin) hasta que vea
derrotados a sus enemigos.
(Pe) Reparte limosna a los
pobres;
(Sade) su caridad dura por
siempre
(Qof) y alzará la frente
con dignidad.
(Res) El malvado, al
verlo, se irritará,
(Sin) rechinará los
dientes hasta consumirse.
(Tau) La ambición del
malvado fracasará.
. . .
En los versos de este nuevo salmo acróstico leemos un
auténtico código moral y guía para la conducta humana. Se nos habla de la
persona justa, que se compadece de los pobres, que reparte su riqueza y jamás
se cansa de ayudar. El sentido de la solidaridad es fortísimo en la cultura
hebrea y una constante en su devenir histórico.
El justo es elogiado y valorado, pero, además, el salmista
recalca todas las bendiciones que recibirá. El mundo le recordará —su
recuerdo será perpetuo—. No morirá en la memoria de las gentes. Sin
pretenderlo, conseguirá permanecer vivo en el recuerdo, mucho más que quien
solo busca su gloria.
No temerá las malas noticias, su corazón está firme. Es
una persona que podrá resistir los embates de la vida, las tristezas, dolores y
pérdidas que todos tenemos que afrontar. Y lo hará con ánimo firme porque se
apoya en Dios. No serán el poder ni la violencia los que le harán fuerte, sino
esa confianza en Dios y su misma bondad.
Alzará la frente con dignidad: quien da amor sin
reservas, quien no esconde egoísmos ni intereses, puede caminar por la vida con
toda libertad y dignidad. No necesita aparentar lo que no es, ni esforzarse por
ocultar sus egoísmos, ni disfrazar sus intenciones, porque es limpio y da generosamente
lo que ha recibido.
Y estas personas —lo podemos ver, hoy y siempre, en nuestra
propia vida— son personas luminosas, que irradian bondad, calidez, presencia de
Dios. No necesitan ser especiales.
Quizás son pobres, o quizás no; pueden tener tantos problemas o más que
cualquiera; tal vez estén enfermas, o incluso puede ser que sufran rechazo por
parte de algunos… Pero la felicidad que desprenden ilumina su entorno. Porque
nada puede tapar la bondad de un corazón sencillo, abierto y confiado, que
transparenta la luz de Dios.
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