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Salmo 112 (111)

¡Aleluya!

(Álef) Dichoso quien teme al Señor

(Bet) y ama de corazón sus mandatos. 

(Guímel) Su linaje será poderoso en la tierra,

(Dálet) la descendencia del justo será bendita. 

(He) En su casa habrá riquezas y abundancia,

(Vau) su caridad dura por siempre. 

(Zain) En las tinieblas brilla como una luz

(Jet) el que es justo, clemente y compasivo. 

(Tet) Dichoso el que se apiada y presta,

(Yod) y administra rectamente sus asuntos, 

(Kaf) porque jamás vacilará.

(Lámed) El recuerdo del justo será perpetuo. 

(Mem) No temerá las malas noticias,

(Nun) su corazón está firme en el Señor. 

(Sámek) Su corazón está seguro, sin temor,

(Ayin) hasta que vea derrotados a sus enemigos. 

(Pe) Reparte limosna a los pobres;

(Sade) su caridad dura por siempre

(Qof) y alzará la frente con dignidad. 

(Res) El malvado, al verlo, se irritará,

(Sin) rechinará los dientes hasta consumirse.

(Tau) La ambición del malvado fracasará.

. . .

En los versos de este nuevo salmo acróstico leemos un auténtico código moral y guía para la conducta humana. Se nos habla de la persona justa, que se compadece de los pobres, que reparte su riqueza y jamás se cansa de ayudar. El sentido de la solidaridad es fortísimo en la cultura hebrea y una constante en su devenir histórico.

El justo es elogiado y valorado, pero, además, el salmista recalca todas las bendiciones que recibirá. El mundo le recordará —su recuerdo será perpetuo—. No morirá en la memoria de las gentes. Sin pretenderlo, conseguirá permanecer vivo en el recuerdo, mucho más que quien solo busca su gloria.

No temerá las malas noticias, su corazón está firme. Es una persona que podrá resistir los embates de la vida, las tristezas, dolores y pérdidas que todos tenemos que afrontar. Y lo hará con ánimo firme porque se apoya en Dios. No serán el poder ni la violencia los que le harán fuerte, sino esa confianza en Dios y su misma bondad.

Alzará la frente con dignidad: quien da amor sin reservas, quien no esconde egoísmos ni intereses, puede caminar por la vida con toda libertad y dignidad. No necesita aparentar lo que no es, ni esforzarse por ocultar sus egoísmos, ni disfrazar sus intenciones, porque es limpio y da generosamente lo que ha recibido.

Y estas personas —lo podemos ver, hoy y siempre, en nuestra propia vida— son personas luminosas, que irradian bondad, calidez, presencia de Dios.  No necesitan ser especiales. Quizás son pobres, o quizás no; pueden tener tantos problemas o más que cualquiera; tal vez estén enfermas, o incluso puede ser que sufran rechazo por parte de algunos… Pero la felicidad que desprenden ilumina su entorno. Porque nada puede tapar la bondad de un corazón sencillo, abierto y confiado, que transparenta la luz de Dios.

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