Ir al contenido principal

Salmo 115 (113b)

1 (9)No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria, por tu bondad, por tu lealtad. 

2 (10)¿Por qué han de decir las naciones: «Dónde está su Dios?». 3 (11)Nuestro Dios está en el cielo, lo que quiere lo hace. 

4 (12)Sus ídolos, en cambio, son plata y oro, hechura de manos humanas: 5 (13)tienen boca, y no hablan; tienen ojos, y no ven; 6 (14)tienen orejas, y no oyen; tienen nariz, y no huelen; 7 (15)tienen manos, y no tocan; tienen pies, y no andan; no tiene voz su garganta: 8 (16)que sean igual los que los hacen, cuantos confían en ellos. 

9 (17)Israel confía en el Señor: él es su auxilio y su escudo. 10 (18)La casa de Aarón confía en el Señor: él es su auxilio y su escudo. 11 (19)Los que temen al Señor confían en el Señor: él es su auxilio y su escudo. 

12 (20)Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga, bendiga a la casa de Israel, bendiga a la casa de Aarón; 13 (21)bendiga a los que temen al Señor, pequeños y grandes. 

14(22)Que el Señor os acreciente, a vosotros y a vuestros hijos. 15 (23)Benditos seáis del Señor, que hizo el cielo y la tierra. 16 (24)El cielo pertenece al Señor, la tierra se les ha dado a los hombres. 17 (25)Los muertos ya no alaban al Señor, ni los que bajan al silencio. 18 (26)Nosotros, los que vivimos, bendeciremos al Señor ahora y por siempre.

¡Aleluya!

. . .

Un salmo contra la idolatría: no sin ironía, este salmo habla de los paganos que adoran las imágenes de sus ídolos. Estatuas de oro, plata o madera, no son más que monigotes sin vida. ¿Cómo es posible confiar en ellos?

Es una caricatura, sin duda los antiguos distinguían bien entre la divinidad que adoraban y su estatua, pero es cierto que en los humanos hay una tendencia al fetichismo, a adorar y venerar el objeto, la cosa material que podemos ver y tocar, otorgándole poderes mágicos o sobrenaturales. Los cristianos, en algunas ocasiones, caemos en la misma actitud.

Hoy muchos dirán que la humanidad ha superado esa etapa oscura. Quien no adora a Dios, es ateo, o agnóstico, y no cae en supercherías. La razón se impone. Pero el alma humana necesita creer... Así que, curiosamente, hoy también se está adorando a muchos ídolos. Quien no adora al «universo», a la suerte o a las energías cósmicas, está adorando a otros diosecillos más sutiles. Está adorando a la ciencia, a las tecnologías, al arte, a la música. O aún peor, está adorando a sus propias adicciones. Ser adicto a algo, sea comida, bebida, droga, pantalla o medio de recreo, es de algún modo adorar a esa cosa que nos engancha, nos atrapa y nos da cierto consuelo y bienestar. ¿Cuánto invertimos y sacrificamos por ella? Sí, adoramos a muchos ídolos, y lo que tienen todos en común es que son obras humanas. El salmista, si nos viera, se reiría con asombro. No somos tan diferentes de los antiguos babilonios que adoraban con fervor sus imágenes de oro y plata.

Algo más tienen en común los ídolos artificiales. Parecen fantásticos, pero no hablan ni oyen. Sí, las tecnologías son ciegas y sordas. Por muy inteligentes que sean, no son humanas. No atienden a nuestras necesidades, no nos comprenden, no nos escuchan ni consuelan. Simplemente responden a una orden o a una información que les hemos dado. Son máquinas. No lo olvidemos. No tienen alma. Y, al igual que los viejos ídolos, son exigentes. Piden energía, chupan nuestro tiempo, necesitan alimentarse, ya sea de electricidad, de dinero, de información. Nos están robando la vida ¡y todavía se nos ocurre decir que nos dan la vida, o que nos solucionan la vida!

Cuidado. Los humanos no hemos cambiado tanto. Y la sabiduría bíblica sirve para hoy tanto como hace dos mil años. Las obras humanas pueden ser maravillosas, pero no son Dios. Nuestras herramientas son eso: medios, pero no son Dios. Los creyentes estamos llamados a algo más. Cantemos o recitemos, como los hijos de Israel: nosotros confiamos en el Señor, que hizo los cielos y la tierra. Y él, que nos escucha, que nos comprende, que nos ama, nos bendecirá.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Salmo 1

Dichoso el hombre que ha puesto su confianza  en el Señor. Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos,  ni entra por la senda de los pecadores,  ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia:  da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas;  y cuanto emprende tiene buen fin. No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos,  pero el camino de los impíos acaba mal. El primero de todos los salmos expresa un deseo íntimo del ser humano: el anhelo de felicidad.  El profeta Jeremías (Jr 17, 5-8) nos habla de dos tipos de persona: la que sólo confía en sí misma, en su fuerza y en su riqueza, y la que confía en Dios. El que deposita su fe en las cosas materiales o en sí mismo es como cardo en el desierto; el que confía en Dios es árbol bien arraigado que crece junto al agua. Son c

Salmo 4

Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor. Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío; tú que en el aprieto me diste anchura, ten piedad de mí y escucha mi oración. Hay muchos que dicen: «¿Quién nos hará ver la dicha, si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?» En paz me acuesto y en seguida me duermo, porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo.   Este salmo es una preciosa oración para abrir el espíritu y dejar que la paz, la paz de Dios , la única que es auténtica, nos vaya invadiendo, poco a poco, y calme nuestras tormentas interiores. El salmo habla de sentimientos y situaciones muy humanas: ese aprieto que atenaza nuestro corazón cuando estamos en dificultades o sufrimos carencias; esa falta de luz cuando parece que Dios está ausente y el mundo se nos cae encima. Los problemas nos abruman y podemos tener la sensación, muy a menudo, de que vivimos abandonados y aplastados bajo un peso enorme. Dios da anchura, Dios alivia, Dios arroja lu

Salmo 5

Señor, escucha mis palabras, atiende a mis gemidos, haz caso de mis gritos de auxilio, Rey mío y Dios mío. ¡A ti te suplico, Señor! Por la mañana escuchas mi voz,  por la mañana expongo mi causa y quedo a la espera. Tú no eres un Dios que ame la maldad, ni es tu huésped el malvado;  no resiste el arrogante tu presencia. Detestas a los malhechores, acabas con los mentirosos; al hombre sanguinario y al traicionero los aborrece el Señor. Pero yo, por tu gran bondad, me atrevo a entrar en tu Casa,  a postrarme en tu santo Templo, lleno de respeto hacia ti. Guíame, Señor, con tu justicia, responde a mis adversarios,  allana el camino a mi paso. Castígalos, oh Dios, haz que fracasen sus planes; Expúlsalos por sus muchos crímenes, porque se han rebelado contra ti. Que se alegren los que se acogen a ti, con júbilo eterno; Protégelos, que se llenen de gozo los que aman tu nombre. Tú bendices al inocente, Señor, y como un escudo lo rodea tu favor.   Este salmo e