1 (9)No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria, por tu bondad, por tu lealtad.
2 (10)¿Por qué
han de decir las naciones: «Dónde está su Dios?». 3 (11)Nuestro
Dios está en el cielo, lo que quiere lo hace.
4 (12)Sus
ídolos, en cambio, son plata y oro, hechura de manos humanas: 5 (13)tienen
boca, y no hablan; tienen ojos, y no ven; 6 (14)tienen orejas,
y no oyen; tienen nariz, y no huelen; 7 (15)tienen manos, y no
tocan; tienen pies, y no andan; no tiene voz su garganta: 8 (16)que
sean igual los que los hacen, cuantos confían en ellos.
9 (17)Israel
confía en el Señor: él es su auxilio y su escudo. 10 (18)La
casa de Aarón confía en el Señor: él es su auxilio y su escudo. 11
(19)Los que temen al Señor confían en el Señor: él es su auxilio y su
escudo.
12 (20)Que el
Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga, bendiga a la casa de Israel, bendiga
a la casa de Aarón; 13 (21)bendiga a los que temen al Señor, pequeños
y grandes.
14(22)Que el
Señor os acreciente, a vosotros y a vuestros hijos. 15 (23)Benditos
seáis del Señor, que hizo el cielo y la tierra. 16 (24)El cielo
pertenece al Señor, la tierra se les ha dado a los hombres. 17 (25)Los
muertos ya no alaban al Señor, ni los que bajan al silencio. 18 (26)Nosotros,
los que vivimos, bendeciremos al Señor ahora y por siempre.
¡Aleluya!
. . .
Un salmo contra la idolatría: no sin ironía, este salmo
habla de los paganos que adoran las imágenes de sus ídolos. Estatuas de oro,
plata o madera, no son más que monigotes sin vida. ¿Cómo es posible confiar en
ellos?
Es una caricatura, sin duda los antiguos distinguían bien
entre la divinidad que adoraban y su estatua, pero es cierto que en los humanos
hay una tendencia al fetichismo, a adorar y venerar el objeto, la cosa material
que podemos ver y tocar, otorgándole poderes mágicos o sobrenaturales. Los
cristianos, en algunas ocasiones, caemos en la misma actitud.
Hoy muchos dirán que la humanidad ha superado esa etapa oscura.
Quien no adora a Dios, es ateo, o agnóstico, y no cae en supercherías. La razón
se impone. Pero el alma humana necesita creer... Así que, curiosamente,
hoy también se está adorando a muchos ídolos. Quien no adora al «universo», a
la suerte o a las energías cósmicas, está adorando a otros diosecillos más
sutiles. Está adorando a la ciencia, a las tecnologías, al arte, a la música. O
aún peor, está adorando a sus propias adicciones. Ser adicto a algo, sea
comida, bebida, droga, pantalla o medio de recreo, es de algún modo adorar
a esa cosa que nos engancha, nos atrapa y nos da cierto consuelo y bienestar. ¿Cuánto invertimos y sacrificamos por ella? Sí, adoramos a muchos ídolos, y lo que tienen todos en común es que son obras humanas.
El salmista, si nos viera, se reiría con asombro. No somos tan diferentes de
los antiguos babilonios que adoraban con fervor sus imágenes de oro y plata.
Algo más tienen en común los ídolos artificiales. Parecen
fantásticos, pero no hablan ni oyen. Sí, las tecnologías son ciegas y
sordas. Por muy inteligentes que sean, no son humanas. No atienden a nuestras
necesidades, no nos comprenden, no nos escuchan ni consuelan. Simplemente
responden a una orden o a una información que les hemos dado. Son máquinas. No
lo olvidemos. No tienen alma. Y, al igual que los viejos ídolos, son exigentes.
Piden energía, chupan nuestro tiempo, necesitan alimentarse, ya sea de
electricidad, de dinero, de información. Nos están robando la vida ¡y todavía
se nos ocurre decir que nos dan la vida, o que nos solucionan la vida!
Cuidado. Los humanos no hemos cambiado tanto. Y la sabiduría
bíblica sirve para hoy tanto como hace dos mil años. Las obras humanas pueden
ser maravillosas, pero no son Dios. Nuestras herramientas son eso: medios, pero
no son Dios. Los creyentes estamos llamados a algo más. Cantemos o recitemos,
como los hijos de Israel: nosotros confiamos en el Señor, que hizo los
cielos y la tierra. Y él, que nos escucha, que nos comprende, que nos ama,
nos bendecirá.
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