Alabad al Señor, todas las naciones, aclamadlo, todos los pueblos.
Firme es su misericordia con nosotros, su
fidelidad dura por siempre.
. . .
Este es el más corto de los salmos. ¡Son dos versos breves,
pero dicen tanto!
Nos hablan de una fe que ya no se limita al pueblo hebreo. La
buena noticia ha de brillar sobre todo el mundo, ha de extenderse a todas las
naciones. Dios no es solo el Dios de Israel, sino el Dios de todo ser humano.
Cualquier hombre o mujer de buena voluntad, con el corazón abierto, puede ser
su amigo y recibir su bendición. Cuando Israel llega a esta convicción, su fe
ya no puede quedarse encerrada en la comunidad judía: ha de salir, expandirse,
comunicarse. Toda buena noticia pide ser proclamada, y no tiene fronteras.
Así, los versos del salmo enlazan con las últimas palabras de Cristo a sus discípulos: Id al mundo entero y proclamad el evangelio (Marcos 16, 15).
¿Qué es
el evangelio? ¿Cuál es esta buena noticia que debe ser llevada hasta los
confines de la tierra? Que Dios está con nosotros. Que Dios nos ama. Que es
fiel, que se conmueve de amor hacia sus hijos y jamás nos falla. Cuando todos te abandonan, Dios se queda
contigo, reza una frase atribuida a Gandhi.
Es así.
Y hoy, en medio de crisis e incertidumbres, esta buena noticia es más necesaria
que nunca. No porque hagan falta consuelos, “pastillas para el alma”, ilusiones
o remedios que alivien nuestras angustias y dificultades. No, la fe, como decía
Martín Descalzo, no es un caramelo ni una dosis de morfina. La fe despierta, la
fe acicatea, inquieta, remueve. Pero la fe también da fuerza y una inmensa,
firme, alegría interior, necesaria para saber agradecer todo cuanto tenemos y
dar su valor correcto a las cosas.
Por muy
pobres, enfermos, solos o apurados que estemos, tenemos un don, inmenso e
inmerecido. Existimos. Estamos vivos, y Dios nos ama, sosteniéndonos cada día
con su aliento. Tenemos talentos, capacidades y una fortaleza que quizás no
sospechamos. Al menos, la capacidad de comunicarnos y la libre voluntad, que
podemos ejercer siempre. Somos un tesoro en manos de Dios. Seamos conscientes
de esto y saldremos adelante. Estaremos salvados.
Y ahora, una vez esta buena noticia arde en nuestro interior, vayamos a comunicarla. No la encerremos, no la ahoguemos. Otros necesitan escucharla de nuestra voz, y creerla por nuestro testimonio. Dicen que el amor es como el fuego: si no se comunica, se apaga. No dejemos apagar esta inmensa, hermosa y buena noticia que da sentido a toda nuestra vida.
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