1Canción de las subidas.
En mi aflicción llamé al
Señor, y él me respondió.
2Líbrame,
Señor, de los labios mentirosos, de la lengua traidora. 3¿Qué
te va a dar o mandarte Dios, lengua traidora? 4Flechas de arquero,
afiladas con ascuas de retama.
5¡Ay de mí,
desterrado en Masac, acampado en Cadar! 6Demasiado llevo
viviendo con los que odian la paz. 7Cuando yo digo: «Paz»,
ellos dicen: «Guerra».
. . .
Este salmo se cantaba en las peregrinaciones a Jerusalén,
por las fiestas. Imaginemos a los peregrinos en marcha, quizás encarando algún
tramo cuesta arriba, o quizás una recta amplia desde donde podían divisar, a lo
lejos, la Ciudad Santa, encaramada sobre el monte Sion.
En mi aflicción llamé al Señor y él me respondió. En
nuestro camino por la vida hay tramos difíciles, tenemos batallas que librar y
a menudo nos tenemos que enfrentar con la mentira, la calumnia o el malquerer
de otros. El salmo también recoge una imprecación: ¿Qué te va a dar o
mandarte Dios, lengua traidora? Flechas de arquero, afiladas con ascuas de
retama. En estos versos asoma la historia de David, el rey guerrero, amado
por muchos pero odiado por otros, que tuvo que afrontar traiciones de todo
tipo. Pero David, como tantas veces hemos dicho, confiaba la venganza en manos
de Dios. Que él haga justicia a su manera.
El salmo también recoge el sentimiento de los desterrados,
los judíos que tuvieron que sobrevivir en un ambiente novedoso y extraño para
ellos: Babilonia y la sofisticada cultura de los pueblos de Mesopotamia. Masac
y Cadar (o Quedar) eran lugares de asentamiento judío junto al Éufrates. Los
babilonios son vistos con tintes hostiles porque sus ejércitos han conquistado
Judá y han destruido Jerusalén.
El salmo contiene un alegato contra la guerra y la
violencia, en forma de lamento: Cuando yo digo: «Paz», ellos dicen:
«Guerra». Este verso es hoy más actual que nunca. Estamos viviendo guerras
cerca y lejos, en especial el sangriento conflicto en Ucrania y la guerra entre
Israel y Palestina. Casi todos nuestros gobernantes están lanzando
consignas bélicas y se invierten ingentes cantidades de dinero en rearmar el arsenal de los países. Pero nosotros, los ciudadanos, las gentes de a pie, queremos
paz. Nadie en su sano juicio desea una guerra, salvo los que se lucran y viven
del negocio de las armas y de la muerte. Son pocos, pero muy poderosos, y
manejan los hilos de la política y la economía. Compran a nuestros gobernantes,
que repiten sin cesar: «Guerra, guerra». ¿Quién levantará la voz para gritar
bien alto: «Paz»?
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