Canción de las subidas.
Levanto mis ojos al monte.
¿De dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio viene del
Señor, que hizo el cielo y la tierra.
No permitirá que resbale
tu pie, tu guardián no duerme; no duerme ni reposa el guardián de Israel.
El Señor te guarda a su
sombra, está a tu derecha; de día el sol no te hará daño, ni la luna de noche.
El Señor te guarda de todo
mal, él guarda tu alma; el Señor guarda tus entradas y salidas ahora y por
siempre.
. . .
Cuando nos vemos envueltos en dificultades y problemas,
cuando nos sentimos angustiados o vemos peligrar nuestra integridad, física o
emocional, es cuando, muchas veces, nos acordamos de rezar.
Dios siempre está ahí, y es realmente un gran apoyo y
consuelo. Qué lástima que lo olvidemos cuando las cosas van bien y, en cambio,
nos acordemos de él cuando el miedo y el dolor nos acosan. Entonces creemos
necesitarlo más que nunca y, si somos personas de fe, recurrimos a él, como
reza el salmo: “levanto mis ojos a los montes, ¿de dónde vendrá el auxilio?”
Ciertamente, cuando falta ayuda humana, o cuando todos
nuestros esfuerzos fracasan, ya sólo nos queda mirar hacia lo alto y confiar en
Dios.
Pero ¿qué puede llegar a ser nuestra vida si siempre, cada
día, en las alegrías o en las penas, confiamos en Dios?
Dios no es un guardián agobiante que nos asfixia con su
presencia. Lejos de él cortar nuestras alas y nuestra iniciativa libre. Pero
quien cuenta con Dios cada día, en sus empresas, en su trabajo, en su gozo,
verá cómo su vida adquiere una profundidad, una belleza y un sentido muy
especial.
Sí, Dios nos protege y nunca duerme. Siempre está cerca
cuando le invocamos. En realidad, está dentro de nosotros, en lo más íntimo. Su
aliento sostiene nuestra existencia entera. Afirman los teólogos que, si Dios
dejara de amarnos un solo momento, dejaríamos de existir…
Si le llamamos con fe siempre responde. Es hermoso
levantarse cada mañana y pensar, recordando los versos del salmo, que Dios nos
guarda a su sombra, nos acompaña cuando entramos y salimos, nos protege de todo
mal. Especialmente del peor mal, el que pugna por anidar dentro nuestro, la
tentación sibilina del egoísmo y el orgullo.
Llenémonos de Dios cada mañana: invoquémosle, llevémosle
siempre presente, como compañero en todo momento. A Dios le necesitamos
siempre, pues nuestra vida está en sus manos.
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