1Canción de las subidas. De David.
¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del
Señor»! 2Ya están pisando nuestros pies tus umbrales,
Jerusalén.
3Jerusalén está fundada como ciudad bien
compacta. 4Allá suben las tribus, las tribus del Señor, según
la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor; 5en
ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David.
6Desead la paz a Jerusalén: «Vivan seguros los que
te aman, 7haya paz dentro de tus muros, seguridad en tus
palacios».
8Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: «La
paz contigo». 9Por la casa del Señor, nuestro Dios, te deseo
todo bien.
. . .
Las palabras de este salmo nos resultan muy familiares, pues
son un cántico muy conocido que tradicionalmente ha resonado en nuestras
iglesias.
Es un salmo de alegría y de triunfo, que nos habla de un
lugar, Jerusalén, como casa del Señor. Nos habla de justicia y, en el resto del
salmo que no se lee, se habla también de la paz deseada para que reine en la
ciudad y entre las gentes.
En la fiesta de Cristo Rey, Jesús se revela como único
templo, único sacerdote, la persona que une cielo y tierra y que nos muestra el
rostro de Dios. El Nuevo Testamento recoge mucho del Antiguo: el deseo de paz,
de justicia, de plenitud del pueblo judío. Recoge la tradición y la veneración
del pueblo hacia el templo, hacia la ciudad santa. Todos estos anhelos se ven
respondidos con la llegada de Jesús, aunque no como muchos lo esperaban. Jesús
supera la identificación de Dios con un lugar, un edificio o una ciudad. Sin
dejar de encarnarse, Dios apunta hacia otra Jerusalén,
Así, cuando entonamos este cántico, estamos cantando la
grandeza de nuestro Dios, Amor que desciende al mundo y nos busca. Cantamos
también su justicia. Una justicia que, recordémoslo siempre, nada tiene que ver
con las leyes humanas ni con nuestra mentalidad retributiva. La justicia de
Dios es magnanimidad, misericordia, plenitud, gozo, don gratuito. Dios nos
otorga la paz y su abundancia de bienes, no porque lo merezcamos o nos hayamos
esforzado mucho, sino porque él es así: generoso sin límites, amante de sus
criaturas y bueno.
¿Cómo no cantar alegres y bendecir su nombre, habiendo
recibido tanto?
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