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Salmo 124 (123)


1Canción de las subidas. De David.

Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte —que lo diga Israel—, 2si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, cuando nos asaltaban los hombres, 3nos habrían tragado vivos: tanto ardía su ira contra nosotros. 

4Nos habrían arrollado las aguas, llegándonos el torrente hasta el cuello; 5nos habrían llegado hasta el cuello las aguas impetuosas. 

6Bendito el Señor, que no nos entregó en presa a sus dientes; 7hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador:  la trampa se rompió, y escapamos. 

8Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

. . .

Seguimos con esta serie de salmos de las subidas, las subidas a Jerusalén. Durante su caminar, los peregrinos recuerdan. La memoria recoge la historia del pueblo, las vicisitudes de sus antepasados, que son también la historia de su vida, de su ahora. Una experiencia de liberación y salvación se puede trasladar al presente.

También nosotros, hoy, podemos decir que, si Dios no nos hubiera ayudado en ciertas situaciones de peligro, amenaza o dificultad, ¡no estaríamos aquí para contarlo! Las dificultades de la vida son esas aguas caudalosas, esas riadas que nos llegan hasta el cuello. A veces sentimos que nos ahogamos: es la sensación de apretura, de angustia, de ansiedad en la que tantas veces nos vemos atrapados.

Pero Dios nos libra. Es bonita la imagen del pájaro que huye de la trampa volando. ¿Podremos escapar nosotros de las trampas que nos tiende el mundo?

Vivimos en una sociedad muy estresada, y a veces sin necesidad. Nuestros gobernantes y los poderosos que los mueven nos quieren atrapar para someternos y actuar a su arbitrio, llevando a cabo sus planes extravagantes con total impunidad y sin trabas. La opresión, hoy, no siempre adopta la forma de una fuerza brutal o violenta (aunque en algunos lugares sí lo hace). Hay otra opresión sutil que es la verdadera trampa, porque se disfraza de benevolencia, de bienestar, de seguridad y cuidado. El consumismo es una forma de dominación. La propaganda es otra. Nos bombardea a diario por los medios y por la Red, por esas pantallas que ya forman parte de nuestra vida y ¡casi de nuestro cuerpo! Nos va adormeciendo y anestesiando para que digamos sí a todo. Y así vendemos nuestra vida, nuestros sueños y el don precioso de la libertad. Pagamos un precio muy caro por aquello que perseguimos en la vida y, al final, ya no sabemos quiénes somos ni qué queremos ni para qué.

La señal de que las tendencias del mundo no son buenas, ni sanas, es que pese a todos los mensajes «positivos» y cautivadores que nos lanzan, acabamos mal: enfermos, estresados, desconcertados y ansiosos. No podemos seguir así, algo en lo hondo de nuestra alma nos grita: ¡Basta! Necesitamos liberarnos.

La respuesta a nuestras angustias y a nuestra sed más profunda, una sed de paz, de alegría, de sentido, la tiene Dios. En él esta el reposo, la calma y el gozo que no se agota. Basta que confiemos y soltemos todo lo que nos ata para agarrar su mano amorosa, la mano que nos tiende para sacarnos de las aguas y devolvernos la vida.

 Nuestro auxilio es el Nombre del Señor, que hizo los cielos y la tierra. 

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