1Canción de las subidas.
Los que confían en el Señor son como el monte Sión: no tiembla, está asentado para siempre.
2Jerusalén está rodeada de montañas, y el Señor rodea a su pueblo ahora y por siempre.
3No descansará el cetro de los malvados sobre el lote de los justos, no sea que los justos extiendan su mano a la maldad.
4Señor, concede bienes a los buenos, a los sinceros de corazón; 5y a los que se desvían por sendas tortuosas, que los rechace el Señor con los malhechores.
¡Paz a Israel!
. . .
Continuamos peregrinando hacia Jerusalén con una nueva canción
de las subidas. Pongámonos en la piel de estos peregrinos judíos hacia su
hermosa Ciudad Santa, la meta de sus esfuerzo, el lugar del gozo porque allí se
encuentran con su Dios.
Los que confían en el Señor son como el monte Sion. La
persona que confía en Dios es una roca firme. Esta imagen contrasta con la
consciencia que tenemos de nuestra fragilidad. ¿Somos fuertes o débiles? ¿Aparentamos
más firmeza de la que en realidad tenemos? A menudo personas que parecen fuertes, incluso
agresivas y dominantes, tienen el corazón muy pequeño y temeroso; disfrazan su
debilidad con una fachada belicosa. Y al revés, personas que apenas llaman la
atención, sencillas y humildes, incluso mansas de carácter, a la hora de la
prueba demuestran una fortaleza de ánimo y una resistencia admirables.
¿Dónde está nuestra fortaleza? Es fuerte quien confía en
Dios. Si confiamos en cosas frágiles somos como aquella casa construida sobre
arena de la parábola de Jesús. ¿En qué o en quién confiamos?
Descansar en Dios otorga una fuerza que va más allá de todas
nuestras capacidades; es más, Dios nos permite descubrir que podemos más de lo
que creemos. Con él, lo podemos todo. Todo lo bueno, entiéndase.
El salmo continúa con versos que reflejan esta mentalidad tan
humana: la justicia retributiva. Premio a los buenos, castigo a los malos.
Todos lo aprendimos de niños, en el catecismo y en familia, quizás también en
la escuela y en nuestro ambiente social. Hoy las cosas han cambiado. Quizás
esta justifica retributiva nos parece injusta, anticuada y dura. Pero
¿no es peor irse al otro extremo y premiar a los malos castigando a los buenos?
Jesús nos
enseñó a superar el afán de castigo y de venganza perdonando incluso al enemigo.
También nos enseñó que Dios no rechaza a los pecadores; él fue a buscarlos.
Pero ¿rechazarán los hombres a Dios?
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