Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares.
Hasta los gentiles decían: «El Señor ha estado grande con ellos.»
El Señor ha estado grande
con nosotros, y estamos alegres.
Que el Señor cambie nuestra suerte, como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con
lágrimas cosechan entre cantares.
Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas.
. . .
Hoy nos encontramos con un salmo exultante, gozoso,
agradecido. Es el cántico del pueblo —de la persona— que se siente amado por
Dios y ve cómo Él ha intervenido en su vida.
Las imágenes del salmo son hermosas. Los torrentes del
Negueb, como todo arroyo que corre por el desierto, pueden pasar meses de
sequía, con sus cauces arenosos y estériles. Y, cuando llegan las lluvias, en
cambio, bajan caudalosos. Dios es la lluvia que transforma nuestras vidas.
Otra imagen del salmo nos recuerda aquel evangelio del
sembrador. Dice el salmista: «al ir, iba llorando, llevando la semilla».
Sembrar es trabajo duro e incierto. ¿Crecerá una buena cosecha? Esto mismo
podemos preguntarnos nosotros, los cristianos de hoy, cuando nos afanamos en
nuestras tareas pastorales, colaborando en parroquias o movimientos. ¿Dará
fruto todo nuestro esfuerzo? Tal vez el panorama que vemos nos desanime y nos
haga llorar. Pero pongamos todo nuestro afán, nuestro trabajo, nuestros anhelos,
en manos de Dios. El labrador hace su trabajo, pero el cielo también cumple su
parte. Es Dios quien, finalmente, hará florecer nuestros esfuerzos. Y entonces,
llegará el día en que alguien, quizás no la misma persona que sembró, recogerá
las espigas con alborozo.
La persona que reconoce todo cuanto hace Dios en su vida se
ve colmada de gratitud. Y del agradecimiento brota la alegría. Podríamos decir
que una persona alegre es una persona agradecida. Se sabe pequeña y limitada, y
sabe reconocer las cosas grandes que Dios ha hecho por ella. Por eso, se siente
pobre y rica a la vez. Pobre en sus propias fuerzas; rica en dones recibidos.
Esta humildad, lejos de encogerla y de oprimirla, ensancha el corazón, ilumina
el rostro y abre la boca para entonar una alabanza.
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