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Salmo 127 (126)

 

1Canción de las subidas. De Salomón.

Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas. 

2Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde, que comáis el pan de vuestros sudores: ¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen! 

3La herencia que da el Señor son los hijos; su salario, el fruto del vientre: 4son saetas en manos de un guerrero los hijos de la juventud. 

5Dichoso el hombre que llena con ellas su aljaba: no quedará derrotado cuando litigue con su adversario en la plaza.

. . .

Qué lección nos da este salmo. Por mucho que trabajemos y nos esforcemos, si el Señor no está con nosotros, actuando por nuestras manos, de nada servirá cuanto hagamos.

Alguien podría argumentar: este salmo llama a la pereza y a la credulidad. Como Dios me da el pan, ¿para qué trabajar y afanarme?

Hay que entender el texto. No es que los antiguos judíos rechazaran el trabajo y el esfuerzo, ¡pocos pueblos encontraremos tan diligentes y luchadores! Pero este salmo es un toque de alerta: ¡sed humildes! No creáis demasiado en vuestras obras. Finalmente, todo lo que tenéis os lo da Dios. ¡Sed agradecidos!

Sí, Dios nos da los medios, el talento, la inteligencia, la fuerza, incluso el apoyo de otras personas. Nuestros éxitos y logros son fruto del trabajo de muchos, y de la providencia de Dios. Pensemos a cuántas personas hemos de dar gracias una vez hemos culminado un proyecto o una obra. ¿Y a cuántas circunstancias debemos dar gracias? Ahí detrás de los giros de nuestra vida está la mano de Dios, que dispone las cosas para que podamos dar fruto.

El salmo acaba con una bendición de la progenie. Entre los antiguos, y muy en especial, entre el pueblo de Israel, la descendencia era crucial. Tener hijos y perpetuar el linaje era una de las grandes metas de la vida, fuente de paz, de alegría y de confianza en el futuro. Los hijos son como esas flechas en la aljaba del guerrero... Hermosa imagen que también nos recuerda que la flecha, para dar en diana, debe estar bien dirigida. Esto es la educación. Pero una vez el arquero la suelta, la flecha ya no le pertenece: surca el aire y se aleja de él. También los hijos, si han recibido buenos valores y una buena formación, llegará el día en que deberán alejarse del hogar. Y esto será el mayor triunfo para sus padres. 

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