Dichoso el que teme al
Señor y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu
trabajo, serás dichoso, te irá bien.
Tu mujer, como parra
fecunda, en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos
de olivo, alrededor de tu mesa.
Ésta es la bendición del
hombre que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga
desde Sión,
que veas la prosperidad de
Jerusalén todos los días de tu vida.
Que veas a los hijos de
tus hijos. ¡Paz a Israel!
. . .
Este es un salmo de alabanza. Hay en él una loanza doble: a
Dios, que reparte sus bendiciones y que vela por nosotros «todos los días de
nuestra vida», y al justo que sigue los caminos del Señor. A través de imágenes
sencillas y expresivas, el salmista nos muestra qué dones recibe el que «teme
al Señor»: son aquellos que todo hombre de aquella época podría considerar los
mayores bienes: una esposa fecunda, un hogar próspero, hijos sanos y hermosos,
salud y una descendencia numerosa. Hoy, tantos siglos después, este sigue
siendo el sueño de muchísimas personas: formar una familia, gozar de bienestar
económico y vivir una vida larga y pacífica junto a los seres queridos.
Pero, ¿quién puede conseguir esta felicidad? ¿Quién es el
que teme al Señor y sigue sus caminos? En lenguaje de hoy no podemos comprender
que haya que tener miedo de un Dios que es amor. Pero esa falta de temor
tampoco nos ha de llevar al olvido y al descuido. Dios nos ama, pero también
nos enseña. Nos muestra, a través de
Los antiguos ya indagaron sobre qué debía hacer el hombre
que buscaba una vida sana, dichosa y en paz. Los filósofos clásicos llegaron a
la conclusión de que se podía alcanzar mediante la honradez y la práctica de
las virtudes. También los israelitas creían que mediante el culto a Dios y el
cumplimiento de sus mandatos, que no dejan de ser prácticas cívicas y
virtuosas, podrían alcanzarla. Los cristianos, hoy, tenemos un camino aún más
claro y directo: Jesús. Ya no se trata de aprender doctrinas o de leer muchos
libros, sino de conocer, amar e imitar al que amó generosamente, hasta el
extremo, y aprender a amar como él lo hizo. Ese es nuestro auténtico camino.
Por eso este salmo, además de alabanza, es un recordatorio.
Dios cuida de nosotros siempre, cada día que pasa. Y nos muestra el camino
hacia la «vida buena», la que todos anhelamos en lo más profundo de nuestro
ser, la que merece ser vivida. Es un camino que pasa por dejar de ser el centro
de nosotros mismos y entregarse a los demás.
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