Canción de las subidas.
¡Cuánta guerra me han
hecho desde mi juventud —que lo diga Israel—, 2cuánta guerra me
han hecho desde mi juventud, pero no pudieron conmigo!
3En mis
espaldas metieron el arado y alargaron los surcos. 4Pero el
Señor, que es justo, rompió las coyundas de los malvados.
5Retrocedan
avergonzados los que odian a Sión; 6sean como la hierba del
tejado, que se seca y nadie la siega; 7que no llena la mano del
segador ni la brazada del que agavilla; 8ni le dicen los que
pasan:
«Que el Señor te bendiga. Os bendecimos en el nombre del Señor».
. . .
¡Cuánta guerra me han hecho desde joven! Exclamación que
responde bien a la vida del rey David, el gran compositor de salmos. Siempre bregando
contra numerosos enemigos, pero siempre vencedor. David es agradecido; nunca se
atribuye el mérito a sí mismo, sino que lo da a Dios. Por eso, en los peores
momentos de su vida, no se hundió ni se dejó abatir por el desánimo.
¿Por qué algunas personas, sufriendo enormes calamidades,
salen adelante y otras no? Quizás la diferencia esté en su fe, en su confianza
en Dios.
El salmo habla de los que odian a Sión. No nos
quedemos en la lectura nacionalista y vayamos más hondo. Los que odian, a quien
sea y de donde sean: quien odia tiene el veneno en su corazón. Su primera
víctima no será la persona odiada, sino ella misma. El odio destruye al odiador
antes que al odiado. Deteriora su alma, hasta convertirla en esa paja que cubre
los tejados, como dice el salmo: paja que vuela en el viento y que no llena la
mano del segador: seca y estéril.
Aprendamos a bendecir, a confiar en Dios y a erradicar el
odio de nuestro corazón. La vida es hermosa, y corta, y no podemos perder ni un
instante en odiar y en llenar nuestra alma de ponzoña. Llenémosla, sí, de
alabanza y gratitud. Entonces será fecunda y dirán de nosotros: El Señor los
bendiga.
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