1Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión; 2en los sauces de sus orillas colgábamos nuestras cítaras.
3Allí los que
nos deportaron nos invitaban a cantar; nuestros opresores, a divertirlos: «Cantadnos
un cantar de Sión».
4¡Cómo cantar
un cántico del Señor en tierra extranjera! 5Si me olvido de ti,
Jerusalén, que se me paralice la mano derecha; 6que se me pegue
la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la
cumbre de mis alegrías.
7A los idumeos,
Señor, tenles en cuenta el día de Jerusalén, cuando decían: «¡Desnudadla, desnudadla
hasta los cimientos!».
8¡Capital de
Babilonia, destructora, dichoso quien te devuelva el mal que nos has hecho! 9¡Dichoso
quien agarre y estrelle a tus hijos contra la peña!
. . .
Este salmo fue escrito en los tiempos en que los israelitas,
destruido su reino, su ciudad y su templo, vivían exiliados en Babilonia.
Sentados junto a los ríos de la opulenta ciudad extranjera,
añoran y cantan la ciudad amada, sobre el monte Sión, y recuerdan los tiempos
en que vivían allí y cantaban al Señor.
No deja de ser una ironía cruel que los señores babilonios,
al oírlos, les pidan que canten: lo que para los israelitas es un lamento, para
los opresores es una distracción, una música bonita para pasar el rato.
El salmista expresa la rabia y la tristeza del pueblo
cautivo. ¿Cómo cantar una alabanza al Señor, lejos de su tierra, bajo la
esclavitud? ¿No es absurdo? Pero otra reacción viene de inmediato: no, el
pueblo no puede olvidar al Señor, no puede olvidar a su Dios. Pese a todo lo
ocurrido, y pese a que, para muchos, quizás Dios los ha abandonado a su suerte,
Él sigue ahí. Él sigue dando sentido a la vida que queda cuando se ha perdido
todo lo demás.
Las imágenes son muy expresivas: que se me paralice la mano,
que se me pegue la lengua al paladar, si me olvido de ti, Señor; si no abro la
boca para cantar, si no enciendo esa esperanza en mi corazón, recordando que tú
sigues ahí.
Durante los duros años del exilio babilónico, hubo grupos
que lucharon por mantener viva la identidad de Israel y su fe. Lo consiguieron
reavivando la devoción y renovando la esperanza en la justicia y en la bondad
de Dios. Llegaron a ver la historia, con todas sus catástrofes, como parte de
un designio mayor donde, finalmente, brilla la misericordia divina.
En tiempos de dificultades personales, podemos leer este
salmo como una invitación a no desesperar, a seguir confiando. “Quien canta su
mal espanta”, dice el refrán. Pero quien canta a Dios todavía consigue más:
eleva al Señor una plegaria viva, vehemente, apasionada y sincera. Y, no nos
quepa duda, Él escucha.
Los versos del "escándalo"
Un comentario sobre los versos finales, el 7 y el 8, que en
palabras de un teólogo son «los versos del escándalo». Después de esa bonita
elegía, nos encontramos con el latigazo de esta maldición. Primero, contra los
idumeos, pueblo vecino de Israel que aplaudía mientras Jerusalén era arrasada
por los babilonios. Después, lanza su diatriba contra Babilonia, deseándole el
mismo mal que ha hecho con una imagen atroz, pero que debía ser usual en las
guerras: agarrar a los niños y arrojarlos contra las peñas.
Comentarios
Publicar un comentario