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Salmo 137 (136)

 1Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión; 2en los sauces de sus orillas colgábamos nuestras cítaras. 

3Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar; nuestros opresores, a divertirlos: «Cantadnos un cantar de Sión». 

4¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera! 5Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha; 6que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías. 

7A los idumeos, Señor, tenles en cuenta el día de Jerusalén, cuando decían: «¡Desnudadla, desnudadla hasta los cimientos!». 

8¡Capital de Babilonia, destructora, dichoso quien te devuelva el mal que nos has hecho! 9¡Dichoso quien agarre y estrelle a tus hijos contra la peña!

. . .

Este salmo fue escrito en los tiempos en que los israelitas, destruido su reino, su ciudad y su templo, vivían exiliados en Babilonia.

Sentados junto a los ríos de la opulenta ciudad extranjera, añoran y cantan la ciudad amada, sobre el monte Sión, y recuerdan los tiempos en que vivían allí y cantaban al Señor.

No deja de ser una ironía cruel que los señores babilonios, al oírlos, les pidan que canten: lo que para los israelitas es un lamento, para los opresores es una distracción, una música bonita para pasar el rato.

El salmista expresa la rabia y la tristeza del pueblo cautivo. ¿Cómo cantar una alabanza al Señor, lejos de su tierra, bajo la esclavitud? ¿No es absurdo? Pero otra reacción viene de inmediato: no, el pueblo no puede olvidar al Señor, no puede olvidar a su Dios. Pese a todo lo ocurrido, y pese a que, para muchos, quizás Dios los ha abandonado a su suerte, Él sigue ahí. Él sigue dando sentido a la vida que queda cuando se ha perdido todo lo demás.

Las imágenes son muy expresivas: que se me paralice la mano, que se me pegue la lengua al paladar, si me olvido de ti, Señor; si no abro la boca para cantar, si no enciendo esa esperanza en mi corazón, recordando que tú sigues ahí.

Durante los duros años del exilio babilónico, hubo grupos que lucharon por mantener viva la identidad de Israel y su fe. Lo consiguieron reavivando la devoción y renovando la esperanza en la justicia y en la bondad de Dios. Llegaron a ver la historia, con todas sus catástrofes, como parte de un designio mayor donde, finalmente, brilla la misericordia divina.

En tiempos de dificultades personales, podemos leer este salmo como una invitación a no desesperar, a seguir confiando. “Quien canta su mal espanta”, dice el refrán. Pero quien canta a Dios todavía consigue más: eleva al Señor una plegaria viva, vehemente, apasionada y sincera. Y, no nos quepa duda, Él escucha.  

Los versos del "escándalo"

Un comentario sobre los versos finales, el 7 y el 8, que en palabras de un teólogo son «los versos del escándalo». Después de esa bonita elegía, nos encontramos con el latigazo de esta maldición. Primero, contra los idumeos, pueblo vecino de Israel que aplaudía mientras Jerusalén era arrasada por los babilonios. Después, lanza su diatriba contra Babilonia, deseándole el mismo mal que ha hecho con una imagen atroz, pero que debía ser usual en las guerras: agarrar a los niños y arrojarlos contra las peñas.

Si no queremos censurar los salmos, hemos de tragarnos estos verso finales, tan amargos. No nos gustan, pero nos demuestran que el salmista es humano; humana es su voz y humanos son quienes cantaban. Si nosotros estuviéramos en su lugar, ¿acaso no hubiéramos tenido que lidiar con los mismos sentimientos? Es humano llorar y enfurecerse, con justa indignación, ante un enemigo que te aplasta, te destruye y se lleva tus despojos. La Biblia, toda ella, contiene un mensaje contra los poderosos de este mundo. Estos versos nos recuerdan: nadie es rey, nadie es dios, nadie lo puede todo y los hombres no deberían olvidarlo. Sólo Dios es Dios.

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