1Salmo de David.
Señor, escucha mi oración;
tú, que eres fiel, atiende a mi súplica; tú, que eres justo, escúchame.
2No llames a
juicio a tu siervo, pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti.
3El enemigo me
persigue a muerte, empuja mi vida al sepulcro, me confina a las tinieblas como
a los muertos ya olvidados.
4Mi aliento
desfallece, mi corazón dentro de mí está yerto. 5Recuerdo los
tiempos antiguos, medito todas tus acciones, considero las obras de tus manos 6y
extiendo mis brazos hacia ti: tengo sed de ti como tierra reseca.
(Pausa) 7Escúchame
enseguida, Señor, que me falta el aliento. No me escondas tu rostro, igual que
a los que bajan a la fosa.
8En la mañana
hazme escuchar tu gracia, ya que confío en ti. Indícame el camino que he de
seguir, pues levanto mi alma a ti.
9Líbrame del
enemigo, Señor, que me refugio en ti. 10Enséñame a cumplir tu
ley, ya que tú eres mi Dios.
Tu espíritu, que es bueno,
me guíe por tierra llana.
11Por tu
nombre, Señor, consérvame vivo; por tu clemencia, sácame de la angustia. 12Por
tu fidelidad, dispersa a mis enemigos, destruye a todos mis agresores, pues soy
tu siervo.
. . .
Este salmo es otra hermosa oración para empezar el día, y
también cuando estamos en apuros. Muchas de sus frases resuenan con nuestro
Padrenuestro, la plegaria que nos enseñó Jesús y con la que rezamos los
cristianos. Él rezaba con los salmos.
Con estas palabras impresas en el corazón, Jesús se abrió a
una experiencia aún mayor que la de David. El rey se sentía amado y protegido
por Dios; sediento de él, extendía sus brazos hacia él. Jesús se
recostó en el seno del Padre y supo que era su Hijo.
No llames a juicio a ningún hombre, porque ningún hombre
vivo es inocente ante ti... Perdona nuestras deudas, como nosotros perdonamos.
Porque si no somos clementes, ¿cómo podremos reclamar tu compasión?
No me escondas tu rostro... Venga a nosotros tu
reino, míranos, Señor, ven a nuestro lado. Tengo sed de ti.
En la mañana hazme escuchar tu gracia. Buenas
palabras para empezar el día: sintiéndonos creados y amados por Dios.
Líbrame del enemigo, señor. Líbranos del mal, o del
Maligno. Porque todos, aunque no lo sepamos, tenemos un enemigo que nos acecha
cada día.
Enséñame a cumplir tu Ley, hágase tu voluntad, y que
todo cuanto haga sea acorde con ella.
Consérvame vivo, sácame de la angustia: no nos dejes
caer en medio de las pruebas; que no nos rindamos, que no perezcamos, que no
sucumbamos al desánimo y a la muerte interior.
Señor, sálvanos, porque uno sólo no se salva a sí mismo. Ningún
náufrago ahogándose puede rescatarse si no hay una mano amiga que lo ayude. Señor,
extiendo mis brazos hacia ti, sácame de la angustia.
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