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Salmo 147 (146)

Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados.

Alabad al Señor, que la música es buena; nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.

El Señor reconstruye Jerusalén, reúne a los deportados de Israel.    

Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas. Cuenta el número de las estrellas, a cada una la llama por su nombre.

Nuestro Señor es grande y poderoso, su sabiduría no tiene medida.

El Señor sostiene a los humildes, humilla hasta el polvo a los malvados.

Entonad la acción de gracias al Señor, tocad la cítara para nuestro Dios que cubre el cielo de nubes, preparando la lluvia sobre la tierra; que hace brotar hierba en los montes para los que sirven al hombre; que da su alimento al ganado y a las crías de cuervo que graznan.

No aprecia el vigor de los cabellos, no estima los jarretes del hombre; el Señor aprecia a los que lo temen, que confían en su misericordia.

...

Glorifica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios, Sion. Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas y ha bendecido a tus hios dentro de ti.

Él envía su mensaje a la tierra y su palabra corre veloz; manda la nieve como lana y esparce la escarcha como ceniza. Hace caer el hielo como migajas; ante su helada, ¿quién resistirá? Envía una orden y se derriten; sopla su aliento y corren las aguas.

Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así ni les dio a conocer sus mandatos. ¡Aleluya!

. . .

Este salmo es un cántico de consolación. En sus versos leemos el momento histórico difícil que atravesaba el pueblo de Israel. Destruido su reino y su templo, sin tierra, deportado al exilio en Babilonia, un resto del pueblo resiste con fe y espera ver el día en que podrán regresar.

Es en medio de estas circunstancias tan penosas cuando la fe vacila. Hoy nos sucede lo mismo. Cuando el mundo parece derrumbarse ¿dónde está Dios? ¿Es realmente bueno, permitiendo que sucedan tantas desgracias? Y si lo es, ¿dónde está su poder, que no las evita?

La voz del salmista pone un acento en la bondad del Señor e invita a perseverar en la fe. Sí, Dios sigue siendo bueno, sana los corazones destrozados. Con imágenes tiernas, de protección y cuidado, el salmo recuerda que Dios tiene contadas hasta las estrellas y las conoce, a todas, por su nombre. ¿Cómo no va a cuidar de cada una de sus criaturas humanas? Cada alma es una estrella en sus manos.

Y también insiste en que Dios es grande y poderoso, que está junto a los humildes, junto a los que sufren y son aplastados, y que un día hará justicia. Los malvados morderán el polvo y los que fueron arrancados de su tierra volverán a ella.

¿Son simples palabras de consuelo? Dice el refrán popular que quien canta, su mal espanta. Los versos del salmo, como una oración poética, alivian el corazón herido y despiertan la esperanza. Pero la historia humana, y nuestra historia personal, nos muestran, una y otra vez, que cuando confiamos en Dios, siempre somos escuchados. Al cabo del tiempo aprendemos a descifrar el significado del dolor y de las pruebas, salimos fortalecidos y vemos que, aún en los tiempos más oscuros, Dios estuvo ahí, cercano y amante, sosteniéndonos en la flaqueza, sufriendo con nosotros en el dolor, alentándonos a mirar a lo alto y a seguir adelante.

En clave cristiana, podemos mirar a la Cruz. Jesús, crucificado, entregando hasta la última gota de sangre, es la respuesta de Dios ante el dolor y la injusticia del mundo. Una respuesta que no termina en el madero, sino en la mañana clara del domingo de resurrección.

. . .

La segunda parte del salmo, que en la Vulgata se considera otro salmo aparte (147 de las liturgias católicas), nos muestra que la fe hebrea siempre se ha dirigido a un Dios cuyo rostro se vuelve hacia la humanidad. Un Dios que dialoga, que pide, que escucha, que actúa en favor de sus criaturas. Un Dios, en definitiva, que interviene, por amor, en los asuntos humanos. No es indiferente a cuanto sucede en el mundo.

¿Y de qué manera interviene Dios en la historia de la humanidad? El salmo lo expresa claramente.

Dice que Dios “ha reforzado los cerrojos de tus puertas”, es decir, protege y defiende a quienes lo aman. 

Continua el salmo: “ha bendecido a tus hijos…” Bendecir es una constante en Dios. Colma nuestros deseos, llena nuestra vida. Los versos siguientes hablan de esta abundancia: “Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina”. Dios es quien da la ansiada paz y quien nos proporciona cuanto necesitamos para vivir. No sólo lo justo, sino lo mejor de lo mejor: “flor de harina”. Lo más delicioso, lo más deseable, eso nos tiene reservado a quienes nos abrimos a su don.

Pero Dios no se limita a ayudar, proteger y conceder prosperidad. Hace algo aún más grande, porque con esto se pone a nuestra altura y nos eleva a la suya: Dios se comunica, habla con nosotros, nos transmite su palabra: “Él envía su mensaje a la tierra”.

Este verso anticipa el evangelio de Juan, con ese prólogo hermoso y profundo que nos habla del Dios que adopta un rostro y un cuerpo humano y viene a habitar entre nosotros.

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