Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados.
Alabad al Señor, que la música es buena; nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.
El Señor reconstruye Jerusalén, reúne a los deportados de Israel.
Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas. Cuenta el número de las estrellas, a cada una la llama por su nombre.
Nuestro Señor es grande y poderoso, su sabiduría no tiene medida.
El Señor sostiene a los humildes, humilla hasta el polvo a los malvados.
Entonad la acción de gracias
al Señor, tocad la cítara para nuestro Dios que cubre el cielo de nubes,
preparando la lluvia sobre la tierra; que hace brotar hierba en los montes para
los que sirven al hombre; que da su alimento al ganado y a las crías de cuervo
que graznan.
No aprecia el vigor de los
cabellos, no estima los jarretes del hombre; el Señor aprecia a los que lo
temen, que confían en su misericordia.
...
Glorifica al Señor,
Jerusalén, alaba a tu Dios, Sion. Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas
y ha bendecido a tus hios dentro de ti.
Él envía su mensaje a la
tierra y su palabra corre veloz; manda la nieve como lana y esparce la escarcha
como ceniza. Hace caer el hielo como migajas; ante su helada, ¿quién resistirá?
Envía una orden y se derriten; sopla su aliento y corren las aguas.
Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así ni les dio a
conocer sus mandatos. ¡Aleluya!
. . .
Este salmo es un cántico de consolación. En sus versos
leemos el momento histórico difícil que atravesaba el pueblo de Israel.
Destruido su reino y su templo, sin tierra, deportado al exilio en Babilonia,
un resto del pueblo resiste con fe y espera ver el día en que podrán regresar.
Es en medio de estas circunstancias tan penosas cuando la fe
vacila. Hoy nos sucede lo mismo. Cuando el mundo parece derrumbarse ¿dónde está
Dios? ¿Es realmente bueno, permitiendo que sucedan tantas desgracias? Y si lo
es, ¿dónde está su poder, que no las evita?
La voz del salmista pone un acento en la bondad del Señor e
invita a perseverar en la fe. Sí, Dios sigue siendo bueno, sana los corazones destrozados. Con imágenes tiernas, de protección
y cuidado, el salmo recuerda que Dios tiene contadas hasta las estrellas y las
conoce, a todas, por su nombre. ¿Cómo no va a cuidar de cada una de sus
criaturas humanas? Cada alma es una estrella en sus manos.
Y también insiste en que Dios es grande y poderoso, que está
junto a los humildes, junto a los que sufren y son aplastados, y que un día
hará justicia. Los malvados morderán el polvo y los que fueron arrancados de su
tierra volverán a ella.
¿Son simples palabras de consuelo? Dice el refrán popular
que quien canta, su mal espanta. Los versos del salmo, como una oración
poética, alivian el corazón herido y despiertan la esperanza. Pero la historia
humana, y nuestra historia personal, nos muestran, una y otra vez, que cuando
confiamos en Dios, siempre somos escuchados. Al cabo del tiempo aprendemos a
descifrar el significado del dolor y de las pruebas, salimos fortalecidos y
vemos que, aún en los tiempos más oscuros, Dios estuvo ahí, cercano y amante,
sosteniéndonos en la flaqueza, sufriendo con nosotros en el dolor, alentándonos
a mirar a lo alto y a seguir adelante.
En clave cristiana, podemos mirar a
. . .
La segunda parte del salmo, que en la Vulgata se considera
otro salmo aparte (147 de las liturgias católicas), nos muestra que la fe hebrea siempre se ha dirigido a un
Dios cuyo rostro se vuelve hacia la humanidad. Un Dios que dialoga, que pide,
que escucha, que actúa en favor de sus criaturas. Un Dios, en definitiva, que
interviene, por amor, en los asuntos humanos. No es indiferente a cuanto sucede
en el mundo.
¿Y de qué manera interviene Dios en la historia de la
humanidad? El salmo lo expresa claramente.
Dice que Dios “ha reforzado los cerrojos de tus puertas”, es
decir, protege y defiende a quienes lo aman.
Continua el salmo: “ha bendecido a tus hijos…” Bendecir es
una constante en Dios. Colma nuestros deseos, llena nuestra vida. Los versos
siguientes hablan de esta abundancia: “Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia
con flor de harina”. Dios es quien da la ansiada paz y quien nos proporciona
cuanto necesitamos para vivir. No sólo lo justo, sino lo mejor de lo mejor:
“flor de harina”. Lo más delicioso, lo más deseable, eso nos tiene reservado a
quienes nos abrimos a su don.
Pero Dios no se limita a ayudar, proteger y conceder
prosperidad. Hace algo aún más grande, porque con esto se pone a nuestra altura
y nos eleva a la suya: Dios se comunica, habla con nosotros, nos transmite su
palabra: “Él envía su mensaje a la
tierra”.
Este verso anticipa el evangelio de Juan, con ese prólogo
hermoso y profundo que nos habla del Dios que adopta un rostro y un cuerpo
humano y viene a habitar entre nosotros.
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