Alabad al Señor en el
cielo, alabad al Señor en lo alto.
2Alabadlo todos
sus ángeles; alabadlo todos sus ejércitos.
3Alabadlo, sol
y luna; alabadlo, estrellas lucientes.
4Alabadlo,
espacios celestes y aguas que cuelgan en el cielo. 5Alaben el
nombre del Señor, porque él lo mandó, y existieron. 6Les dio
consistencia perpetua y una ley que no pasará.
7Alabad al
Señor en la tierra, cetáceos y abismos del mar, 8rayos,
granizo, nieve y bruma, viento huracanado que cumple sus órdenes, 9montes
y todas las sierras, árboles frutales y cedros, 10fieras y
animales domésticos, reptiles y pájaros que vuelan.
11Reyes del
orbe y todos los pueblos, príncipes y jueces del mundo, 12los
jóvenes y también las doncellas, los ancianos junto con los niños, 13alaben
el nombre del Señor, el único nombre sublime.
Su majestad sobre el cielo
y la tierra; 14él acrece el vigor de su pueblo. Alabanza de
todos sus fieles, de Israel, su pueblo escogido. ¡Aleluya!
. . .
El salterio se acerca a su fin con tres salmos que van in
crescendo, cada vez más exultantes en su cántico de alabanza a Dios.
Este salmo nos lleva a recorrer las fases de la creación.
Comienza por los cielos, donde habitan los ángeles y los astros, las aguas celestes
que producen la lluvia; sigue por la tierra y el mar con todas sus criaturas
vivientes, aves, peces, cetáceos, fieras salvajes y domésticas, y toda la
variedad de plantas. Finalmente, llega al ser humano: toda la humanidad,
jóvenes y viejos, reyes y niños, todos alaban el único nombre sublime.
El nombre sublime, sobre todo nombre, que apenas puede
pronunciarse, es el de Dios. Para los antiguos, el nombre equivale a la persona.
La única forma de pronunciar el nombre de Dios es con un profundo sentimiento
de adoración, gratitud y alabanza.
Hay en este salmo un sentimiento de admiración por el mundo
creado, este cosmos maravilloso que hoy, en plena era científica, sigue asombrándonos.
Cuanto más sabemos, más admirable nos parece la obra de Dios.
Al mismo tiempo, hay un sentimiento de gratitud hacia el
creador. El israelita creyente, como el cristiano de hoy, no se queda en la
creación. Comprende que esta impresionante obra de arte tiene un creador; puede
elogiar la obra por su belleza, pero el que debe ser alabado por encima de todo
es el artista.
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