1Aleluya. Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles; 2que se alegre Israel por su Creador, los hijos de Sión por su Rey.
3Alabad su
nombre con danzas, cantadle con tambores y cítaras; 4porque el
Señor ama a su pueblo y adorna con la victoria a los humildes.
5Que los fieles
festejen su gloria y canten jubilosos en filas: 6con vítores a
Dios en la boca y espadas de dos filos en las manos: 7para
tomar venganza de los pueblos y aplicar el castigo a las naciones, 8sujetando
a los reyes con argollas, a los nobles con esposas de hierro.
9Ejecutar la sentencia dictada es un honor para todos sus fieles. ¡Aleluya!
. . .
Penúltimo salmo. El Aleluya resuena con más fuerza,
acompañado de cítaras, tambores y danzas. Ya no sólo cantamos, danzamos ante
Dios. Lo adoramos con la mente, con el corazón, con la voz y con el cuerpo.
La invitación es al regocijo y la alegría completa. ¿Por qué?,
podemos preguntarnos. ¿Qué motivos tenemos hoy para cantar y bailar?
Porque el Señor ama a su pueblo y adorna con la victoria
a los humildes. Sí, tenemos motivos para cantar y estar alegres, porque
Dios nos ama. Nos ama con su amor infinito e incesante. Quien se siente amado, siempre
tendrá un poso de alegría en su corazón. Pase lo que pase en su vida, ese amor
lo sostendrá como una raíz fuerte, columna vertebral de todo cuanto hace.
Dios nos ama. Pero sigue el verso: adorna con la victoria
a los humildes. ¿Qué victoria? ¿Qué humildes?
La victoria, en el fondo, es alcanzar una vida plena. No se
trata de cosechar triunfos ni éxitos ante el mundo, sino de sentir que vibramos
y nos levantamos cada día con un propósito y con ganas de vivir. La victoria es ser quien eres y desplegar todo
tu potencial. La victoria es crecer y florecer.
Pero sólo los humildes se coronarán con la victoria. ¿Por
qué? ¿Qué significa ser humilde? Humilde viene de humus, tierra. Es
humilde el que vive con los pies tocando en tierra, consciente de sus límites
pero también de sus posibilidades. Es humilde el realista: así de claro. Y el
que acepta su realidad, su pequeñez y al mismo tiempo su grandeza, puede avanzar.
El humilde se deja amar, se deja ayudar, se deja enseñar y puede crecer.
Se necesita mucha humildad para dejarse amar de verdad. Pero
quien se deje amar por Dios, lo podrá todo.
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