Preparaste, oh Dios, casa para los pobres.
Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios rebosando alegría. Cantad a Dios, tocad en su honor, su nombre es el Señor.
Padre de huérfanos, protector de viudas, Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los desvalidos, libera a los cautivos y los enriquece.
Derramaste en tu heredad,
oh Dios, una lluvia copiosa, aliviaste la tierra extenuada, y tu rebaño habitó
en la tierra que tu bondad preparó para los pobres.
Este salmo expresa alto y claro una reivindicación a favor
de los pobres y desfavorecidos. Y no es el ser humano, sino el mismo Dios quien
se pone de parte de ellos. ¿Dónde está Dios?, preguntan muchos hoy. La
respuesta bien podría ser: está con aquellos que sufren. Con la viuda que
llora, con el niño huérfano, con los pobres. Está en los campos de refugiados,
en las trincheras polvorientas, en los inmensos cenagales de chabolas y miseria
que crecen alrededor de las urbes de buena parte del mundo.
Dios está —y su presencia se hace más fuerte y patente— con
aquellos que no tienen nada. Ya sólo les queda Dios y el aliento que les
permite vivir y sobrevivir un día más. Dios también está en aquellos que, aun
no siendo pobres materialmente, viven desprendidos de todo, sin otra riqueza
que su amor.
Esta es la pobreza que sin duda sintieron los hombres de Israel, milenios atrás, cuando eran un pueblo nómada y despreciado. Sin tierras, sin riquezas, sin reyes poderosos que los defendieran, sufrieron en su piel la crueldad de reinos poderosos, el hambre y la pobreza. Y se refugiaron en el Dios que, además de Creador, era Padre. La fe de Israel crece con una fuerte consciencia de justicia social. Dios no aprueba la violencia y la opresión y, en cambio, defiende siempre al más débil.
Este salmo recoge una experiencia: la de aquel que, habiendo pasado grandes sufrimientos, ha sido socorrido por Dios. Es un cántico de esperanza colmada: quien confía en Dios, tarde o temprano verá la liberación. Dios es justo. Y no falla. Ante los ojos humanos, esta afirmación puede parecernos contradictoria. Dios no debería permitir tanto mal y pobreza en el mundo, es el gran argumento de muchos. Olvidamos que Dios es un liberador, no un tirano. Jamás obra contra la voluntad de su criatura. Allí donde Dios es expulsado, el mal y la miseria se extienden. Allí donde es acogido, su justicia acabará brillando y, como dice el salmo, su lluvia copiosa aliviará la tierra extenuada y alimentará a los pobres.
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