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Salmo 80 (79)

Al Director. «Los lirios del testimonio». Salmo de Asaf. 

Pastor de Israel, escucha, tú que guías a José como a un rebaño; tú que te sientas sobre querubines, resplandece ante Efraín, Benjamín y Manasés; despierta tu poder y ven a salvarnos. 

Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. Señor, Dios del universo, ¿hasta cuándo estarás airado mientras tu pueblo te suplica? Les diste a comer llanto, a beber lágrimas a tragos; nos entregaste a las contiendas de nuestros vecinos, nuestros enemigos se burlan de nosotros. 

Dios del universo, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. Sacaste una vid de Egipto, expulsaste a los gentiles, y la trasplantaste; le preparaste el terreno, y echó raíces hasta llenar el país; su sombra cubría las montañas, y sus pámpanos, los cedros altísimos; extendió sus sarmientos hasta el mar, y sus brotes hasta el Gran Río. 

¿Por qué has derribado su cerca para que la saqueen los viandantes,  la pisoteen los jabalíes y se la coman las alimañas? 

Dios del universo, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña. Cuida la cepa que tu diestra plantó y al hijo del hombre que tú has fortalecido. 

La han talado y le han prendido fuego; con un bramido hazlos perecer. Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste. No nos alejaremos de ti: danos vida, para que invoquemos tu nombre. 

. . .

Estos versos nos traen vigorosas imágenes simbólicas sobre la historia de Israel. La vid es el pueblo elegido. Dios lo libera de la esclavitud, sacándolo de Egipto, y lo conduce hasta la Tierra Prometida. Allí, esta vid —el pueblo— se extiende, desde el Gran Río (el Éufrates) hasta el mar.

Pero, ¿qué sucede años más tarde? Israel, tras un breve periodo de monarquía, ve cómo su reino se divide y sucumbe ante los invasores extranjeros. Su tierra es arrasada, Jerusalén destruida, sus habitantes deportados a Babilonia, cautivos. El salmo expresa el dolor del pueblo que, tras vivir el gozo de la promesa cumplida, experimenta luego la pérdida de todo aquello que recibió.

La viña saqueada es una imagen de la destrucción causada por la guerra y la invasión. Y el pueblo se pregunta el porqué. ¿Qué ha ocasionado tal devastación?

Los autores bíblicos buscaron explicaciones a cuanto les sucedía. Achacaron sus calamidades a la corrupción moral y al alejamiento de Dios. Hoy, podríamos reflexionar si buena parte de los problemas que afligen al mundo no son justamente causados por la falta de escrúpulos de muchas personas y su total indiferencia hacia Dios. Porque el rechazo a Dios conlleva, muy a menudo, el desprecio del hombre.

Pero a diferencia de hoy, en que muchos, incluso cristianos, pierden la fe o dudan de Dios, los israelitas jamás renegaron de su Señor. El salmo, que primero nos muestra una imagen desoladora del pueblo, continúa con estas invocaciones fervientes: Dios de los ejércitos, vuélvete, restáuranos, sálvanos. Que tu rostro brille para nosotros, no nos des la espalda. A las peticiones, se añade una promesa de lealtad: «no nos alejaremos de ti».

Aún podemos ahondar más en estos versos del salmo. Si los leemos a la luz del evangelio veremos que su significado es mucho más dramático e intenso. La viña puede ser imagen del mundo entero, y también de la Iglesia. Nacida como una pequeña vid, superando toda clase de obstáculos, se ha extendido por el mundo. Y, sin embargo, miramos a nuestro alrededor y vemos dolor, conflictos, muerte y violencia. Los cristianos son perseguidos y masacrados en diversos países. En las mismas instituciones religiosas se libran auténticas guerras internas. ¿Por qué Dios permite esto? 

La respuesta la encontraremos en el evangelio, cuando Jesús recoge el tema de este salmo para explicar una parábola tremenda: la del amo de la viña, los viñadores y su hijo (Marcos 12, 1-12). Dios no abandona su viña: tanto la ama, que envía a su propio Hijo a cuidarla. Pero son los viñadores —nosotros, los humanos—, los que traicionan la confianza de su señor, la devastan y matan al Hijo. Hoy, muchos ignoran, pisotean la Iglesia y quisieran matar a Dios. 

¿Qué hacer? Muchos buscamos respuestas y soluciones. Quizás la primera, y la mejor respuesta, se encuentre implícita en los versos de este salmo. Necesitamos a Dios. Necesitamos su cercanía, su rostro brillando para nosotros. Necesitamos contar con Él. En realidad, Dios nunca ha querido alejarse. Somos nosotros quienes necesitamos abrir nuestro corazón, nuestra mente, nuestro espíritu, y caminar con Él. Nos salvará una profunda y sincera conversión.

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