Al
Director. «Los lirios del testimonio». Salmo de Asaf.
Pastor
de Israel, escucha, tú que guías a José como a un rebaño; tú que te sientas
sobre querubines, resplandece ante Efraín,
Benjamín y Manasés; despierta tu poder y ven a salvarnos.
Oh
Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. Señor,
Dios del universo, ¿hasta cuándo estarás airado mientras tu pueblo te suplica? Les diste a comer llanto, a
beber lágrimas a tragos; nos entregaste a
las contiendas de nuestros vecinos, nuestros
enemigos se burlan de nosotros.
Dios
del universo, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. Sacaste una vid de Egipto, expulsaste a los gentiles, y la
trasplantaste; le preparaste el terreno, y
echó raíces hasta llenar el país; su sombra
cubría las montañas, y sus pámpanos, los cedros altísimos; extendió sus sarmientos hasta el mar, y sus brotes hasta el
Gran Río.
¿Por
qué has derribado su cerca para
que la saqueen los viandantes, la
pisoteen los jabalíes y se la coman las alimañas?
Dios del universo, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven
a visitar tu viña. Cuida la cepa que tu
diestra plantó y al
hijo del hombre que tú has fortalecido.
La
han talado y le han prendido fuego; con
un bramido hazlos perecer. Que
tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste. No nos alejaremos de ti: danos
vida, para que invoquemos tu nombre.
. . .
Estos versos nos traen vigorosas imágenes simbólicas sobre
la historia de Israel. La vid es el pueblo elegido. Dios lo libera de la
esclavitud, sacándolo de Egipto, y lo conduce hasta la Tierra Prometida. Allí, esta
vid —el pueblo— se extiende, desde el Gran Río (el Éufrates) hasta el mar.
Pero, ¿qué sucede años más tarde? Israel, tras un breve
periodo de monarquía, ve cómo su reino se divide y sucumbe ante los invasores
extranjeros. Su tierra es arrasada, Jerusalén destruida, sus habitantes
deportados a Babilonia, cautivos. El salmo expresa el dolor del pueblo que,
tras vivir el gozo de la promesa cumplida, experimenta luego la pérdida de todo
aquello que recibió.
La viña saqueada es una imagen de la destrucción causada por
la guerra y la invasión. Y el pueblo se pregunta el porqué. ¿Qué ha ocasionado
tal devastación?
Los autores bíblicos buscaron explicaciones a cuanto les
sucedía. Achacaron sus calamidades a la corrupción moral y al alejamiento de
Dios. Hoy, podríamos reflexionar si buena parte de los problemas que afligen al
mundo no son justamente causados por la falta de escrúpulos de muchas personas
y su total indiferencia hacia Dios. Porque el rechazo a Dios conlleva, muy a
menudo, el desprecio del hombre.
Pero a diferencia de hoy, en que muchos, incluso cristianos,
pierden la fe o dudan de Dios, los israelitas jamás renegaron de su Señor. El
salmo, que primero nos muestra una imagen desoladora del pueblo, continúa con
estas invocaciones fervientes: Dios de los ejércitos, vuélvete, restáuranos,
sálvanos. Que tu rostro brille para nosotros, no nos des la espalda. A las
peticiones, se añade una promesa de lealtad: «no nos alejaremos de ti».
Aún podemos ahondar más en estos versos del salmo. Si los
leemos a la luz del evangelio veremos que su significado es mucho más dramático
e intenso. La viña puede ser imagen del mundo entero, y también de la Iglesia. Nacida como una
pequeña vid, superando toda clase de obstáculos, se ha extendido por el mundo.
Y, sin embargo, miramos a nuestro alrededor y vemos dolor, conflictos, muerte y
violencia. Los cristianos son perseguidos y masacrados en diversos países. En
las mismas instituciones religiosas se libran auténticas guerras internas. ¿Por
qué Dios permite esto?
La respuesta la encontraremos en el evangelio, cuando
Jesús recoge el tema de este salmo para explicar una parábola tremenda: la del
amo de la viña, los viñadores y su hijo (Marcos 12, 1-12). Dios no abandona su
viña: tanto la ama, que envía a su propio Hijo a cuidarla. Pero son los
viñadores —nosotros, los humanos—, los que traicionan la confianza de su señor,
la devastan y matan al Hijo. Hoy, muchos ignoran, pisotean la Iglesia y quisieran matar
a Dios.
¿Qué hacer? Muchos buscamos respuestas y soluciones. Quizás
la primera, y la mejor respuesta, se encuentre implícita en los versos de este
salmo. Necesitamos a Dios. Necesitamos su cercanía, su rostro brillando para
nosotros. Necesitamos contar con Él. En realidad, Dios nunca ha querido
alejarse. Somos nosotros quienes necesitamos abrir nuestro corazón, nuestra
mente, nuestro espíritu, y caminar con Él. Nos salvará una profunda y sincera
conversión.
Comentarios
Publicar un comentario