Cuando Israel salió de Egipto, los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente, Judá fue su santuario, Israel fue su dominio. El mar, al verlos, huyó; el Jordán se echó atrás; los montes saltaron como carneros; las colinas, como corderos. ¿Qué te pasa, mar, que huyes, y a ti, Jordán, que te echas atrás? ¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros; colinas, que saltáis como corderos? En presencia del Señor, estremécete, tierra, en presencia del Dios de Jacob; que transforma las peñas en estanques, el pedernal en manantiales de agua. . . . En presencia del Señor, estremécete, tierra . Esta imagen poderosa nos presenta a un Dios creador que es dueño de todo cuanto existe y que también dirige la historia para proteger a su pueblo. Tan grandioso es su poder que, ante su presencia, el mundo se inclina, tiembla y se dobla. O huye espantado: podemos visualizar un corzo o un cabrito saltando ante un predador; con el mismo pavor se agitan los montes. Tan grande es Dios. Si la